Una mañana soleada se asoma por el valle de su ciudad, Caracas. Enero, hace calor, mucho calor, duerme con manga corta. Venezuela nunca ha tenido estaciones, se vive una primavera eterna.
Observa detenidamente su habitación, ve cada una de las fotos que tiene con sus amigas, Marta y Julia. Se sienta en su cama, se deja llevar por sus pensamientos y ve que aquí deja a sus mejores amigas, deja su primer beso, básicamente una vida entera. Decide salir de su habitación
Mientras camina por el pasillo de su casa, huele ese olor tan delicioso que todo venezolano adora, el de las arepas y se deleita con el mismo. Cuando entra en la cocina ve a su madre, concentrada y tranquila, se sitúa en la esquina de esa pequeña cocina y la sigue observando. Hay cierta incomodidad entre ellas debido a la conversación que habían tenido la noche anterior. Es cuando Cristina se hincha de valor y le dice.
-Mami, buenos días, ¿qué tal amaneciste?
-Bien hijita ¿y tú? Ayer, te fuiste con ese careto que me dejaste súper preocupada. A ver,c cuéntame. ¿qué te pasa?
- Nada mami, es que realmente fue algo impactante, no podía entender casi ninguna de tus palabras, después de que dijiste que nos mudábamos no fui capaz de captar ninguna palabra más- A Cristina se le escapa una pequeña lágrima que corre rápidamente por su mejilla.
-Hija, respira, cálmate, trata de ver las cosas con claridad y veras que todo estará mucho mejor. Nos vamos, si no nos va bien, nos regresamos, te lo prometo.
-Está bien…
Una vez listas las arepas, Cristina y su madre llevan la comida a la mesa y se disponen a comer, mientras Cristina come, suena el teléfono y aunque su madre no quería contestar, Cristina sale corriendo y lo coge, en el momento en el que oye, esa voz grave pero tierna descubre que es Sebastián, su novio. Cris no había pensado en el, en cómo le iba a decir que se iba y que más nunca le volvería a ver.
-¡Hola guapa!- dice Sebastián.
-Hola, ¿qué tal?
-Cris, ¿Te pasa algo?
-Si te digo lo que me pasa te molestarías, porque te conozco desde hace mucho.
Cristina y Sebastián llevaban siete meses saliendo, pero habían estudiado juntos desde que ella tenía cinco años. Sebastián era rubio, alto y muy delgado, con una nariz larga y unos ojos marrones claros. El quería tanto a Cristina que no la dejaba ni respirar, siempre había estado detrás de ella. Preocupado de cada cosa que ella hacía, cosa que a Cris ya no le gustaba tanto...
- Te prometo que no diré nada al respecto, lo máximo que haré será abrazarte, venga, dime.
-Está bien. Me voy a vivir a España, Sebastián. Perdóname…
-¿QUÉÉÉÉ?- y se oye un ruido desde el otro lado del teléfono.
-Sabía que te daría por golpear algo, te conozco. Pero ahora lo que necesito es que cumplas lo que dijiste y vengas a darme un abrazo fuerte, por favor Sebastián, lo necesito.
-Perdona vida mía, es que si me cuesta no verte por un día, imagínate como será si tú no estás aquí.
- Ven por favor.
-¿A tu madre no le incomoda que yo vaya para allá?
-No creo…
Cristina cuelga el teléfono y vuelve a la mesa, ve a su madre y empieza a llorar, deja la comida a un lado y se acerca y se acurruca en el pecho de su madre, su madre reacciona, la abraza y le da un beso en la frente. Luego le susurra, que todo estará bien, solo que tiene que ser fuerte y que-si se apoyan mutuamente, saldrán de esta más rápido de lo esperado.
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