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martes, 12 de julio de 2011

I

Su nombre es Cristina, Cristina Oliveira. Nació un 6 de agosto de 1995, tiene 15 años. Es delgada, alta, pelo castaño y ojos verdes. Su padre, Juan Oliveira, se separó de su madre cuando ella tenía tres meses y aunque lo sigue viendo, su relación no es nada perfecta, el es un hombre de negocios y un adicto al trabajo. Su madre Fabiola Morales ha estado con ella desde entonces, siempre le ha hecho una gran compañía en cada situación, tanto complicada como sencilla, ella siempre ha estado ahí.

Cristina, llegó al mundo dos meses antes de lo previsto, es decir, es sietemesina. Nació en una ciudad peligrosa, llena de maldad conocida como Caracas, Venezuela y aunque sea sucia, enfermisa, tenebrosa e insegura, ella siempre verá su país de una perspectiva distinta a los demás,  sencillamente porque ella es caraqueña.

Un 24 de enero, su madre se le acerca y le dice que vaya a su cuarto. Ella silenciosa se aproxima lentamente al mismo, puesto que no estaba al tanto de que se trataba la noticia. Cuando se sienta en su cama, verde y amplia, frente a aquella mesa de noche de madera oscura y pulida, una pequeña lámpara iluminaba la habitación.
 -Cristina, tenemos que hablar seriamente de algo.
-Dime mamá, soy todo oídos.
Estoy aplicando para hacer un máster en España.
Cristina recuerda ese momento, recuerda esas palabras hasta los movimientos de su boca. Quedó petrificada, no sabía que decir, pero estaba segura que debía callar y dejarla hablar.
 -Es un máster de mercadeo y una gran oportunidad para que crezcas como persona y aprendas un poco de otra cultura. Recuerda que es importante que te amplíes como persona.
Las únicas palabras que grabó en ese momento habían sido, crezcas y cultura. Crecer,  ella no quería crecer, ella quería quedarse siempre de quince años, y aunque tenía interés por otras culturas no quería salir de su pequeña burbuja. Abandonar a sus amigos, dejar de abrazarlos y sentirlos, apartarse de su familia, de su cariño y ternura y lo más importante, dejar su vida, que aunque no era perfecta, a ella realmente le gustaba.
Hija, necesito saber tu opinión. Por favor, dime que quieres dar este paso conmigo, dime qué quieres a
arriesgarte.
Sí, está bien. Te acompaño mamá, pero necesito pensar un poco… Voy a mi habitación, mañana hablamos.
Entró en su habitación, no sabía a lo que había aceptado, no entendía nada. Era demasiado para una chiquilla de quince años, nunca pensó que le ocurriría algo como esto. No quería creerlo, deseaba que fuese una pesadilla y que viniese alguien y le pellizcara. Luego pensó, y se aclaró, que eso nunca pasaría, esto era real, se iba a España. Conocería otra cultura, escucharía otro acento, viviría en el primer mundo, aquel en el que todos los que pertenecemos al tercer mundo desean estar, experimentaría la palabra seguridad, abriría su mente a nuevas vivencias y oportunidades. Su única pregunta era ¿Seré tan madura como para enfrentar un cambio tan importante? Y fue enseguida como vino su respuesta;  Eso solo lo sabrás si te arriesgas…

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